En mayo de 1999, el programa Weekend All Things Considered de la Radio Pública Nacional invitó al escritor Paul Auster a hablar de la publicación de su libro “Tombuctú”. Al terminar la transmisión, le preguntaron al autor si quería ser un colaborador regular leyendo alguno de sus cuentos. Pero a su mujer se le ocurrió otra idea: que los relatos los escribiese la gente y que él eligiera los mejores para leerlos en la radio. Así nació “Creía que mi padre era Dios”, una recopilación de los escritos de una sociedad.
Cuando uno apenas entra a una radio siente electricidad. No del estilo “seguramente muera electrocutado”. Sino como si la expectativa volara en el aire. Toma asiento, se acomoda los auriculares, ajusta el sonido, alinea el micrófono y espera. Espera hasta que el cartel gigante que dice AIRE se encienda. Pueden pasar minutos, incluso segundos, y esa energía que hay pasa al cuerpo, dando esa sensación de piel de gallina y nerviosismo. Y cuando la adrenalina pareciera ebullir, el programa empieza.
Estas son algunas de las sensaciones que tiene una persona cuando entra a un estudio radial, pero para el escritor multipremiado Paul Auster el entusiasmo no pasaba solamente por estar en un programa y presentar su vuelta al género de la novela en ese 99’ movido, sino por el proyecto que estaba por empezar. El conductor Daniel Zwederling le ofreció ser un colaborador regular, algo que al principio no le interesó ya que le costaba seguir el ritmo de su propio trabajo. Pero que luego cambió de opinión cuando durante la cena de ese mismo día, su mujer Siri Hustvedt, le propusiera incluir a los oyentes y que las historias nacieran de ellos.
Luego de una reunión con los productores del fin de semana en Washington DC, sede de la National Public Radio (NPR), la propuesta se transmitió el 3 de octubre para que el público enviara relatos verídicos y breves, que fuesen narraciones reales que al leerlas sonaran como una ficción. No importaba si las personas tenían o no experiencia al escribir, sino que interesaba más que exploraran sus vidas en busca de esa anécdota que merecía ser contada. El esfuerzo colectivo transformó a esta idea en el “Proyecto Nacional de Relatos” y a la semana de empezar, Paul Auster ya tenía 4 mil cuentos para seleccionar
La casa familiar Auster en Brooklyn, Nueva York, se vio inundada de manuscritos, mecanografiados e impresos del correo electrónico. Se elegían entre 4 o 5 para pasar en el programa dentro de un bloque de 20 minutos que el mismo autor leía. Las voces llegaban de todos partes de Estados Unidos y todas tenían algo para decir. Pasados unos meses de la primera lectura, se dieron cuenta que el proyecto había excedido cualquier tipo de expectativa y que lo que sonaba en la radio era sólo una fracción de lo recibido.
Se escogieron 180 relatos memorables y se pasaron a otro formato, uno más tangible: el libro. Llamado como uno de esos cuentos, “Creía que mi padre era Dios” es una antología editada por Paul Auster y colecciona fragmentos de la cotidianeidad norteamericana que mezcla a personas de todas las edades, sexos y clases sociales. Está dividida en diez categorías según la temática del escrito: animales, objetos, familias, disparates, extraños, guerra, amor, muerte, sueños y meditaciones. Es imposible que las historias resulten indiferentes y que el lector no lo lea sin derramar una lágrima o soltar una risa.
Así es como los oyentes se transformaron en lectores y acompañaron a una pequeña Mary Grace Dembeck arrastrando un árbol de Navidad en la historia “En memoria de mi padre”, sintieron la cachetada en la cara de Carol Sherman Jones cuando escribió “Una lección no aprendida”, recibieron de la Segunda Guerra Mundial al tío vivo de Robert Winnie en “Creia que mi padre era Dios” y reflexionaron con Ameni Rozsa sobre el poder de la radio en el último texto del libro “Una tristeza común y corriente”. Estos son algunos de los relatos en 608 páginas de viajes, donde de nación a nación se congela la vida de estos escritores amateurs en un museo de la realidad estadounidense.
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